Por LAURA MONTOYA UPEGUI
La madre cuenta que no sabían a dónde iban. Era Dabeiba, pero de allí saldrían para encontrar a los indígenas.
Fue el 5 de mayo de 1914. FOTO ARCHIVO-CORTESÍA
Fragmento del viaje de Laura Montoya a Dabeiba. Allí empezó su gran obra.
Alas 3 de la mañana del día deseado, ya estábamos en pie; pero no se logró la salida de una parte del grupo sino por allí a las ocho de la mañana.
Me quedé con dos más, para ir por la mañana a posesionarme de las escuelas, pues la víspera me habían hecho saber de la Gobernación que si nos posesionábamos en Medellín, nos concedían el salir ganando ya los sueldos.
La marcha del grupo misionero por las calles de Medellín, fue una cosa nunca vista; 10 cargas y 2 peones adelante; luego las misioneritas con sus pavas y sus ponchos, una a una, y después la chusma de muchachos y de gentes curiosas; las aceras, puertas y ventanas, llenas de gentes enternecidas unas, riéndose las otras y admiradas todas. Unos preguntaban, otros respondían; unos nos gritaban, ¡adiós… Otros nos pedían oraciones, etc. Aquel desfile fue verdaderamente solemne. Dos señoritas amigas fueron a acompañarnos hasta la primera posada.
Si me hubieran dirigido la pregunta de "a dónde van", no habría sabido responder, pues verdaderamente en ninguna parte nos aguardaban, ni mi mente se había fijado en ningún sitio especial. Decíamos que íbamos a Dabeiba; pero en el camino sabíamos que allí no podríamos coger los indios y que había más facilidad en otra parte, hubiéramos alargado nuestro camino. El todo era encontrar las delicias de nuestro corazón, como los hemos llamado después. A eso de las nueve de la mañana salimos las dos últimas de la gobernación y punto seguido tomamos nuestras cabalgaduras para ir a reunirnos con las demás, en Robledo.
Esta salida, sobre todo para mi madre, debió ser durísma y suavísima. Dejaba para siempre a sus dos hijos, sus nietos, su patria y amigos; todo cuanto tenía, hasta los muebles de la casa, le hablaban de recuerdos muy queridos; de modo que todo debió desgarrarla; hasta el último abrazo que le dio a la sirvienta que hacía muchos años era su compañera en los quehaceres de la casa, y a aquella hora, solo salió de ella, dejándola como quien queda en la más espantosa orfandad. Todo para ella que ya tenía 68 años, muchas penas y achaques; debió ser durísimo; pero no dijo nada... Serena salió como quien va a la iglesia.
La responsabilidad material, moral, social y espiritual recaía sobre mí, pero lo confieso, ahora lo advierto. No tenía sino dicha y me parecía que con salir, Dios era conocido por muchos y debidamente amado por esos corazones que, sin embargo, no presentían la gracia que se les acercaba.
A nadie se le comunicó de nuestra salida, porque a nadie conocíamos en esas tierras, si no era la familia aquella, con quienes habíamos partido hacía algún tiempo por motivo de las mismas cosas misioneras, como debe recordar padre. Pero sí nos dijeron en la gobernación que habían comunicado a Dabeiba para que nos recibieran y nos tuvieran desocupado un local de la escuela. De nada me preocupaba, sino de que Dios iba pronto a ser conocido ¡Ah… Es que con eso todo lo demás es pálido; ¡nada vale como hacer conocer a Dios en el mundo… Sin duda mi madre que sentía como yo, sacó su fortaleza de ese pensamiento. Las demás iban silenciosas y no podía darme cuenta de sus impresiones.
A poco de salir, les dije algunas palabritas como para recordar el compromiso de sacrificarnos hasta lo heroico, que habíamos hecho al decirle que sí a Dios, cuando nos llamó a tan santa vocación. Me pareció el momento oportuno para que rectificaran la intención.
Primera jornada
Nuestra primera jornada fue cortísima, tanto que pudieron acompañarnos para volverse, las señoritas Margarita y Mercedes Restrepo, dos fidelísimas compañeras de profesión y bienhechoras desde el principio. Solo fuimos a Boquerón, cerca de San Cristóbal. Allí después de tomar algo, nos sentamos a conocernos, por decirlo así, pues algunas de las compañeras habían sido recibidas después de una sola entrevista y por recomendaciones, de manera que ellas entre sí, no se habían conocido ninguna.
Hablamos ya con calma de todo lo pasado; de cómo había salido cada cual de su casa, de las impresiones de la salida de Medellín, etc. todavía veíamos la ciudad y la impresión de las compañeras debió ser muy fuerte. Mi madre llegó cansada y se recogió temprano. Hoy me siento muy mala hija porque no le hice ninguna atención a su impresión que debió ser terrible, pues acababa de separarse de mi hermano que había ido a sacarla y acababa de dejar a Carmelita en profunda desolación. Pasamos bien la noche. A mi madre no se le vio una lágrima y era de la única que esperábamos.
Al día siguiente, ya más conocidas y relacionadas unas con otras, hubo mayor expansión de los ánimos.
Quizás 3 días después de ir juntas, no nos conocíamos del todo los nombres, porque sólo yo las tenía muy presentes; pero a ellas las impresiones no les habían dejado calma para fijarlos. Al salir era de ver aquella confusión; cada una preguntaba a la que se encontraba: ¿Usted es una de las que van? ¿Y usted? Y como allí en la confusión de tanta gente, había algunas que se irían más tarde, resultaban respuestas equivocadas, de modo que todo contribuía a que no se dieran cuenta de quiénes eran y cómo se llamaban, sino ya en el camino.