No hay fuerza en este planeta que pueda hacer permanecer en la cama a ningún ser humano cuando desde la cocina empiezan a danzar invitadores por los corredores y alcobas hogareños los aromas mañaneros del Calentao, integrante mayor y esencial de un verdadero desayuno Paisa. Desde muy temprano ya está la Doña de la casa amasando arepas delgaditas y preparando la agüepanela para el cacaito de bola en taza de peltre.
De la olla del sancocho extrae y pica en pedacitos la yuca, la papa, el plátano verde, la carne de punta de anca, las presas de gallina y hasta los huesos de marrano que desde el día anterior han sido preservados para que transformados con amor en vianda matutina y mañanera, le den el inicial impulso diario de exquisito sabor y tremenda energía a toda la familia. Unta generosamente la sartén de hierro con manteca de cerdo o mantequilla de vaca negra y al fuego medio sofríe los manjares trasnochados, a los que revuelve lentamente para mezclar sus individuales exquisiteces con el arroz seco blanco. El crujiente sonido del proceso de freído aumenta y al fondo de la sartén se adhiere una parte de la mezcla, para conformar el pegao, ese manjar para semi-dioses que un poco más tarde será disputado por los niños y los no tan niños de la casa.
El mismo procedimiento general es seguido como gloriosa variación con la reserva de la olla de los frisoles con o sin coles, plátano maduro, vitoria, garra de cerdo, tocino, zanahoria, junto con arroz y hasta trozos de chorizo y chicharroncitos.
La sublime Trilogía mañanera en cualquier casa Paisa que se respete es, pues, Cacao con agüepanela en taza grande, arepa delgadita untada con mantequilla, rociada con sal, una tajada de quesito y una generosa porción de Calentao.
Y que ni puelputas pues, a nadie se le vaya a ocurrir llamar al delicado platillo... ¡Sobraos!